Rey Andújar | 8 de diciembre de 2019
Papá era ginecólogo,
El Gran Ginecólogo de la Patagonia.
Un hombre buenmozo de ojos azules
y arruinado por la bebida
y por una melancolía inexplicable.
Máximo Gómez Bajando – Épica
Mónica Volonteri
El Gran Ginecólogo de la Patagonia es una novela breve escrita por la argentina Mónica Volonteri. Hago mención del lugar de origen de la autora porque este dato influye, aunque no determina, la lectura de su texto. El personaje principal de esta novela es una chica argentina que, después de mucho viajar, ha recalado en Nueva York y allí asiste al gran encuentro no solo con ella misma, sino con un variopinto conglomerado de personajes bien delineados y súper interesantes. La contraparte de María Alejandra Giraldo es un detective privado de origen boricua llamado Néstor Sánchez. Este detective, como Mario Conde, es también aficionado y estudioso de la literatura, y no se salva del ejercicio a lo Funes que le tiene sometido a aplicar cierta (i)lógica literaria a todo lo que pase por delante. Insisto: sin Néstor no está resolviendo casos de la vida real, está en su oficina de la 42, mirando por la ventana el mar humano que es Manhattan y perdiendo o elaborando teorías literarias, como ¿quién rayos mandó a secuestrar a Helena? ¿Dónde Sísifo pone a descansar la piedra? ¿Es cierto que una de las Mirabal le dio una bofetada a Trujillo?
Asumir que cierto entendimiento de los elementos, procesos y reglas de la novelística pueden servir como fundamento para escribir un texto contundente en cuanto a teoría y método es un sinsentido. Lo mismo puede decirse de la supuesta disciplina que se debe contar para construir ficciones. Pero lo cierto es que la retórica puede beneficiarse de estos elementos, aunque no los necesite. Esto queda demostrado en la novela de Volonteri, en donde la trama, aunque presente y estructurada, queda relegada al plano secundario. Entonces, ¿qué predomina acá? Una valoración del ritmo, la sociología y el lenguaje.
El Gran Ginecólogo es una investigación tanto teórica y práctica como metafísica que se cuenta a través de las atestadas calles de Nueva York y llega, geográficamente, hasta Argentina, haciendo escalas, físicas o no, en Alemania, Rusia, Santo Domingo y Puerto Rico. Todo esto contando además con que Nueva York como tal es el megalocus en donde confluyen un sinfín de razas, religiones, sazones, etc. Esta novela corta posee grandes aciertos. La voz de María Alejandra Giraldo es cruda y dulce a la vez. Al escucharla, se accede al interior de una mente vibrante, alejada de complejos secundarios. En uno de los capítulos, denominado “Mutilaciones”, se lee, “María Alejandra se escapó el mes de abril y, con mucho temor, se enfrentó al calendario que había colgado sobre la única pared disponible de la cocina […] Sintió náuseas al enfrentarse al mes de mayo y recordó que tenía una cita con Néstor Sánchez”. Este Néstor Sánchez es como he adelantado ya, un detective privado que reside en Manhattan, pero un dato en la biografía de la autora revelará que en cierta medida este detective boricua no es otra cosa que la reencarnación literaria, a modo de petit hommage, del enigmático escritor argentino Néstor Sánchez. Este dato que, reitero, podría pasar desapercibido, es a su vez bastante significativo. Digamos que quien lea esta novela de Mónica sin saber que el Néstor de su novela es un contra reflejo del argentino, no estaría perdiendo nada, pero conocer el dato ciertamente llena la lectura de posibilidades. Eso es un signo de la buena escritura. Esta referencia al poder del homenaje es un recordatorio de que lo vital para escribir novelas no es preguntarse qué tanto de realidad hay en la ficción, sino contemplar cómo la ficción afecta la realidad. Esto nos remite a románticos como Coleridge, Bioy Casares o el mismo Néstor Sánchez, quien tuvo una vida muy particular y una relación con la literatura que va de lo sublime a lo problemático. La efectividad con que Volonteri propone esta simbiosis es significativa y propone la escritura de novelas como un ejercicio empírico, científicamente comprobable y de manera simultánea, un reto al determinismo lógico de consecuencias emocionales. En breves conversaciones con la autora me he enterado que esta novela pasó por un proceso larguísimo de elaboración y vivencia. Yo, por mi parte, al leer de par en par el poema épico Máximo Gómez bajando y esta novela sobre el Gran Ginecólogo, puedo darme cuenta de que la síntesis de este texto narrativo se encuentra en la poesía. Aquí resulta facilísimo hacer un puente entre Mónica y Aída Cartagena Portalatín. ¿Por qué? He insistido en mi tesis sobre Aída que, en ocasiones, quien escribe novelas debe encontrar la voz de largo aliento en un proceso poético anterior. Este, por ejemplo, no es mi caso. Sin embargo, es fácil, como digo, encontrar esta coincidencia, o mejor, esta sincronía poética en la Volonteri. Esta teoría que aquí expongo también me sirve para proponer que uno puede estar escribiendo una novela por toda una vida, o que las cosas que incitan la escritura de novelas pueden tener su origen en una idea o un sentimiento que despertó en nosotras hace años.
Insisto pues: la novela de Volonteri es un complejo sistema en donde María Alejandra y Néstor nacieron en un poema en la Máximo Gómez y están destinados a encontrarse, años y páginas después, en el mismo corazón de Manhattan, o sea, dos agujas en un pajar. Aunque esto parezca extraño, no es innegable, ya que somos hijos de la (a)simetría. El juego improbable se da cuando María Alejandra empieza a recibir unos mensajes subliminales que, al ser descifrados, sugieren que su padre podría estar en perdido o en peligro en la Patagonia. Por esto, ella acude a Néstor, quien, para mayor coincidencia, fue amigo y admirador del Dr. Giraldo, el Gran Ginecólogo. Las razones por las que este señor desaparece, se sospecha, están ligadas a la toma del poder de Menem en Argentina, dato que interesa bastante ya que la política argentina es en sí misma un aleph complejo e indeterminado.
Antes de finalizar, quisiera parafrasear lo que he dicho antes. Esta novela funciona porque puede leerse alejada de cualquier referencia estructural que propone. Es decir, aunque el texto se apoye en referencias externas, como la famosa calle 42 en Nueva York, o la disección de ciertas teorías socioliterarias por parte de los personajes, estos puntos de contacto no son primordiales para comprender el texto. Quien conozca o se identifique con estas referencias, pues se dará cuenta de lo interesantes que resultan para la lectura; quien no esté familiarizado con las mismas, podrá también disfrutar la historia, que se explica y se contiene en sí misma. Para Mónica Volonteri, estructura, conocimiento, lenguaje y deseo están en la misma trayectoria. La novela está disponible en las librerías independientes en Santo Domingo. Yo conseguí la mía en el Museo de la Resistencia, cuando visité la isla en marzo. Allí en medio del calor de un sábado tuve el placer de abrazar a la autora y más aún, apretar la mano con la que escribe. Todavía mi pecho tiembla ante la belleza y la hospitalidad de aquel encuentro. Esta novela de Mónica es el mejor homenaje que se le puede hacer a un Néstor que fue maestro y magistral. Mónica, en otra dimensión, ha sido también mi maestra, aunque ese es tema de otro cuento, solo adelanto para los que llevan anotaciones, que mi novelita El hombre triángulo no hubiese sido sin Mónica, y sin Mónica, yo no hubiese leído a Joyce. De modo que, de maestros y discípulas y maestras y discípulos está hecho este círculo. La novela El Gran Ginecólogo de la Patagonia está también disponible en internet en varios sitios, incluyendo uno, altamente recomendable, dedicado especialmente a la vida y obra de Néstor Sánchez. Yo recomiendo esta novela con la actitud y el espíritu de una estudiante que aspira a ser escritora: la fogosidad del primer rayo o el primer beso, un lugar cálido, tras el cual reside una luz incesante.
Gracias a Claudio por materializar, a Pablo por los botines y a Manuel por la dedicación incondicional.
Volver a la otra casa es grato porque uno sabe dónde tiene que buscar lo que ha perdido. Volver desde la que fue tu casa a tu casa es hacer presente la fractura, que a veces parece soldarse y otras se vuelve inmensa.
En estos días del regreso les podría decir que no he pensado, no. He sido asaltada por las evocaciones. He escuchado voces. He traído a los ausentes a mi ducha, a mi cocina, a mi silencio.
Escucho a Néstor de manera persistente con ese tono que machaca la palabra, con ese ritmo regular y penetrante. Lo escucho claramente, me habla, pero como siempre, no dice, hay que recoger las huellas de su voz y decirse a uno mismo.
Y entonces, me escucho pensando y acierto una vez más cuando confirmo que Néstor fue mi maestro. Lo fue sin proponérselo. Lo es y lo será porque Néstor no te dice, Néstor nunca quiso decir nada, Néstor te lanza pedazos rotos de existencia disfrazados de lenguaje y cada quien escucha lo que se permite oír. Eso es un maestro, el resto es instrucción.
Volver a la otra casa, desde la que fue tu casa produce, ya a estas alturas, un sueño narcótico, un terremoto lejano que les sucede a los habitantes de Kansas, unos deseos imposibles de detener, unas ganas locas de quitarse las costras de las cicatrices para que vuelvan a sangrar. Eso, que sangren las heridas, que se descascaren, que se destrocen, que se desprendan como las suelas de los zapatos de Néstor en Nueva York.
Volver para irse y volver a la otra casa desde la que fue tu casa. Buscar las ausencias, perseguir el viejo dolor de las heridas, reconocer que ni el maestro ha dicho, ni el padre ha dejado carta de despedida. Ir, venir, doblar, subir, bajar: verbos de movimiento que ansían desesperadamente ponernos en acción para alcanzar una sola cosa: desear tener deseos de escribir.
Cuando Néstor, me preguntó por qué escribía le respondí: "para no morirme".
A mí también se me acabó la épica, con esta novela quemé las naves, ya no hay escenas familiares para triturar, ya los buitres se llevaron los últimos trozos de cadáveres.
Escribí y me sentí viva.
Vuelvo con la alegría de una novela publicada y con la enorme pena de tener que confesar que para seguir escribiendo, ahora, solo puedo imaginar. Las anestesias del tiempo han hecho efecto.
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Claudio Sánchez
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Néstor Sánchez